martes, 14 de octubre de 2008

La ultima cena / Leonardo Da Vinci

LAS PREGUNTAS QUE PLANTEA LA OBRA LEONARDO DA VINCI


Mentiras verdaderas de “La Última Cena”



La restauradora Pinin Brambilla acaba de recibir el Premio Internacional de la Fundación Cristóbal Gabarrón, en la categoría de Restauración y Conservación. Esta italiana trabajó en la recuperación de la obre en el refectorio de la iglesia milanesa de Santa María delle Grazie. Aquí la historia de una obra esencial, los detalles de su añosa reparación y la polémica detonada para “El Código Da Vinci”, el best seller escrito por Dan Brown.

Bárbara Morana

Leonardo Da Vinci (1452-1519) pintó “La Última Cena” entre 1495 y 1498, en su período milanés al servicio de Ludovico el Moro, duque de Milán. Este le pidió decorar una pared del refectorio del monasterio de Santa María delle Grazie, que había convertido en la capilla familiar de los Sforza. La selección del tema fue de lo más clásico, pues era el tópico habitual con el cual se solía decorar los comedores de los religiosos en esa época; sin embargo, Leonardo innova. El artista decide en el momento en el cual Jesús denuncia la traición de uno de los discípulos, basado en el Evangelio de San Juan: “De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar” (Juan 13:21). Leonardo se centraliza en este preciso momento, olvidándose de la consagración del pan y de la institución de la Eucaristía, que pasan a segundo plano, dejando chipe libre a las reacciones de los apóstoles frente al perentorio anuncio del Salvador.
En su obra, los discípulos están sentados a la derecha y a la izquierda del Padre, que permanece inmóvil al centro de la composición. Judas se integra al grupo y no queda aislado como en las representaciones clásicas del tema, donde siempre está sentado solo, al otro lado de la mesa. A la calma seráfica de Cristo se contrapone el energético movimiento circular de los cuerpos de los otros comensales. Dividido en grupos de tres, cada uno reacciona a su manera al anuncio de la pronta traición. Dejando atrás la ordenada y estática postura de los apóstoles, típica del tratamiento de este tema en pintura, y marcando las pautas iconográficas de las futuras representación pictóricas, Leonardo ha transformado “La Última Cena” en el primer registro de sentimientos instantáneos y genuinos que el arte cristiano haya conocido.
CAPRICHOS DE UN GENIO
Pinin Brambilla estuvo a cargo de la última y más importante restauración de esta obra. Su trabajo buscaba recuperar la capa pictórica original, que se escondía atrás de las varias superposiciones de barnices y repintes de los trabajos anteriores.
La sed de experimentación, típica del gran genio florentino, fue la principal causa de su rápido deterioro hacia el año 1500. “La Última Cena” se encontró deteriorada en los años inmediatamente sucesivos a su ejecución, debido a la técnica experimental utilizada por Leonardo. El artista, consecuente a su manera de trabajar, que alternaba períodos de intensas actividad a otro de largos reposos, no pudo someterse a las estrictas exigencias del fresco, que obligaba a una ejecución del trabajo metro a metro, sin bocetos, ni repintes o correcciones. Por estas razones se lanzó en la búsqueda de un procedimiento pictórico que pudiese otorgarle la misma libertad de la pintura sobre tabla o tela; por ello inventó un método muy personal que consistía en aplicar pintura al óleo y a la tempera sobre yeso seco, directamente sobre el muro, procedimiento que resultó muy sensible a la humedad. En su currículum, la obra cuenta con siete restauraciones oficiales, sin contar las no documentadas. Un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial y una mutilación en su parte inferior, que sacrificó los pies de Cristo para siempre, en favor de una puerta innecesaria. En el 1999 “La Última Cena”, tras más de veinte años de trabajo y un costo aproximado de ocho millones ochocientos mil euros, preserva, gracias a un sofisticado sistema de control de la circulación del aire, los resultados de la última intervención que rescató sus colores originales y algunas partes autógrafas.
DAN BROWN VERSUS LEONARDO
Desde la salida del best seller “El Codigo Da Vinci”, del escritor estadounidense Dan Brown esta obra de Leonardo es otra vez argumento de debate y controversias. La prueba irrefutable de que María Magdalena era la esposa de Cristo, que es el tema principal, alrededor del cual se desarrolla la trama del libro, reside en la mismísima “Última Cena” de Leonardo.
Sin entrar en los rollos teológicos que dejo a los especialistas, me gustaría aclarar algunos puntos de la obra de arte, que fueron tomados por el escritor en defensa de su teoría.
Brown, exactamente a partir del capítulo cincuenta y ocho, nos dice que en el cuadro de Leonardo están los códigos que nos demuestran que Jesús estaba casado con María Magdalena. Durante todos estos siglos, expertos y profanos se equivocaron en la lectura del personaje de Juan, que en realidad no es Juan si no María Magdalena. Para probar su teoría, se basa sobre los rasgos sumamente femeninos de Juan/Magdalena junto a la evidente “curva de unos senos”, y otros detalles sin importancia para el tema que queremos aclarar.
Como lo hemos dicho anteriormente, el cuadro representa la escena donde Jesús anuncia que alguien va a traicionarlo, según el Evangelio de San Juan, por esto no se representa el momento de la institución de la Eucaristía, por el mismo motivo no aparece el cáliz. El tema de la “Última Cena” es un tema muy recurrente en la pintura del siglo XV y sobre todo en Toscana, la región donde nació Leonardo y cuna del arte moderno, su representación, era sujeta a unas “reglas” iconográficas que variaban levemente de un pintor a otro: Cristo sentado en una mesa, redonda o rectangular, alrededor de sus doces apóstoles, anunciando su próxima muerte.
De ser el personaje a la derecha de Jesús, Magdalena, y no Juan, nos faltaría un personaje clave en el relato bíblico, el mismo Juan, el discípulo favorito de Cristo, lo que se representa siempre en la última cena; sentado a la derecha del Salvador.
Me limito a aclarar este detalle que parece confundir el público que mira a la obra después de haber leído el libro. San Juan en “La Última Cena” y en general en la pintura del Renacimiento italiano, es representado como un bello joven de pelo largo, imberbe y con rasgos muy delicados. Por otra parte, es incomprensible que los personajes de la novela logren detectar un detalle tan minucioso como “la curva de unos senos”, en una obra que no permite realmente apreciar detalles tan sutiles, sobre todo después su última restauración. Leonardo responde a un canon estilístico e iconográfico de su época al representarlo como lo hace. Cabe agregar que el artista estaba trabajando para el duque de Milán y el abad de un monasterio, lo que impediría de imponer un modelo iconográfico nuevo, pues ellos no hubiesen aceptado el cuadro si San Juan apareciera demasiado afeminado.
Seguramente no hay una sola manera de leer una obra de arte, pero sí hay claves para interpretarla de manera suficientemente acertada. La teoría de Brown es extremamente fascinante y seguramente un artista como Leonardo, mejor que otro, se presta a una reinterpretación en clave alquímica o masónica de su obra. Al final de la cuenta somos nosotros que decidimos donde termina la verdad y empieza la ficción, y en esto exactamente reside el suceso de su novela, en fundir verdad y mentiras en una legitimidad conceptual hecha de citas sabias y de envíos eruditos, que nos alejan de la historia para acercarnos a la leyenda.








Ultima Cena, Leonardo da Vinci, 1495-1498. Tempera sobre yeso, Santa Maria delle Grazie, Milán. La obra cuenta con siete restauraciones oficiales, un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial y una mutilación que sacrificó los pies de Cristo.



En la obra de Leonardo los discípulos están sentados a la derecha y a la izquierda del padre. Incluso Judas se integra al grupo y no queda aislado como en esta representación de Domenico Ghirlandaio, 1480. Fresco, Convento de San Marcos de Florencia.